Hace más de una década me fui a Estados Unidos en verano. Por entonces Amazon no era tan común y pedir artículos desde el extranjero era carísimo, así que quienes queríamos libros en otros idiomas lo teníamos difícil. Así que, estando yo enganchada a Gossip Girl, habiéndome leído un par de sus libros en castellano (la traducción era horrible y la edición peor), aproveché mi visita para buscar un par de libros que pudiese leer de vuelta a casa. Me compré dos de Gossip Girl, pero cerca vi otros del mismo estilo que tenían buena pinta, como este. Aunque me leí parte de él cuando era adolescente, no recordaba prácticamente nada, así que en mi última visita a casa decidí leérmelo bien, de una vez por todas.
Anna Percy es una chica de 17 años que lo tiene todo, pero es infeliz. Su madre pertenece a una familia rica de Nueva York, lo más cercano a la aristocracia que existe en Estados Unidos, y por lo tanto ha crecido con la idea de que hay que ser fría y distante; su padre es un financiero y, después de divorciarse, se fue a vivir a Los Ángeles y se desentendió de la crianza de sus hijas por completo; su hermana Susan se droga desde los 14 años y está siempre saliendo y entrando a centros de desintoxicación. Anna va a un colegio privado, tiene buenas notas y ya le han aceptado en una universidad de la Ivy League, así que va a pasar el último trimestre haciendo prácticas en una editorial de Nueva York. Pero cuando esta quiebra, su hermana vuelve a irse al hospital y su madre huye a Italia para despejarse la mente, Anna decide visitar a su padre en Los Ángeles y conseguir prácticas allí. Por desgracia para ella, en realidad lo que encontrará es un padre en la crisis de los 40, un grupo de adolescentes ricos y famosos cuyo único propósito en la vida es follarse al más rico y cachas, y más líos que una telenovela.
Este es de esos libros que se escriben corriendo y mal cuando un tema se pone de moda, en este caso los niños ricos de Estados Unidos y sus líos amorosos. Zoey Dean son en realidad un matrimonio de mediana edad que se hacía pasar por una chica joven y rica para que pareciese que estos libros son una mirada realista al mundo de los millonarios en EE. UU. Al leer algo así te esperas que sea un poco ridículo, pero no por ello tiene que ser simplón. Por desgracia, no se lo curran demasiado. Anna tiene una única amiga, Cyn, que es un putón verbenero y su plan de Nochevieja es follarse a Scott Spencer, el chico que le gusta a Anna; pero hacen que no haya ni un poquito de tensión sobre ello. Después Anna conoce a Ben, un chaval de 18 años que estudia en Princeton, y al parecer el único chico disponible en Beverly Hills, porque durante 200 páginas vamos a descubrir que todas las chicas del libro están intentando camelárselo agresivamente. Entre ellas están Cammie, otro putón verbenero; Sam, la hija «gorda» de una estrella de cine; y Dee, otra niña rica cuya personalidad se limita a gustarle los cristales curanderos.
Los personajes no tienen personalidades bien definidas: cuando a los autores les viene bien, Dee y Sam son majas, comprensibles y amigas; cuando les viene mal, son unas víboras que se ponen la zancadilla entre ellas porque se odian. Los conflictos se basan en interrumpir a un personaje justo antes de que pueda explicar qué ha pasado, dárselas de indignada y marcharse. Las justificaciones son también baratas: todo se base en quejarse de que sus padres no les prestan suficiente atención (o, en el caso del padre de Anna, que su madre no le follaba tanto como él quería) porque están ocupados trabajando. Los autores parecen haber visto 2 minutos de alguna serie mala adolescente y supuesto que los jóvenes querían leer sobre orgías entre chavales de 17 años y lloriqueos porque sus padres están divorciados. Aunque hay series de ese estilo, yo diría que las que suelen durar más de un año o dos son aquellas que tienen mucha más sustancia, no simplemente chicas rompiéndose el vestido la una a la otra por un chico un año mayor, pero luego haciéndose amiguis porque «omg mi padre ha tenido poco contacto emocional conmigo durante la infancia, somos únicas, esto los pobres no lo entienden, todas las putadas están justificadas y ahora somos bff».
Sin embargo, este estilo cutre no es nada nuevo y sigue bien presente (especialmente en romántica y juvenil, diría yo), así que tampoco es una sorpresa. Lo que sí me ha dejado un poco flipada es la tranquilidad con la que hablan de abusos sexuales a menores, sea por parte de otros menores o de adultos, como si fuese lo más. Susan es violada por un chico cuando está borracha en casa de un amigo, a la vez que la madre de ese amigo le pide que lleve varios adolescentes a su casa una vez por semana para violar a quien le apetezca ese día. Cyn «no cuenta» las dos primeras veces que mantuvo relaciones sexuales porque estaba borracha como una cuba, es decir, le violaron; otra vez se enrolló con un señor cuarentón en una limusina, es decir, un viejo le agredió sexualmente. En un avión, Anna tiene al lado a un hombre adulto que no para de meterle mano y ella tiene que beber alcohol sin parar para poder sobrellevar la agresión sexual pública y continua que está sufriendo. En otra ocasión, Cammie le dice a dos cuarentones que Anna es puta y estos dos le babean y acosan para que se los folle. Solo oímos de dos ocasiones en las que el sexo fue entre dos personas de edades cercanas mantienen relaciones conscientes: en una Anna se va a un barco de madrugada con un desconocido; en la otra, Cyn nos cuenta que ha follado. El resto son todo abusos sexuales y violaciones a menores, pero el libro lo presenta como guay, la panacea, algo a lo que toda niña debería aspirar.
Podemos quitarle un poco de culpa porque hace 15 años las violaciones se toleraban incluso más que ahora, pero yo ni entonces conocía a ninguna niña a la que ser violada en una fiesta o abusada por un adulto le pareciese sexy o guay. Este libro tiene como público niñas adolescentes, así que a parte de ser vomitivo por no solo normalizar la pedofilia y violaciones, sino intentar convencer a niñas de que DEBERÍAN querer follarse a viejos, falla en su misión más simple: hacer que las adolescentes se sientan identificadas y mostrarles historias que les gusten. El hombre viejo que escribió esta mierda (y la mujer que le ayuda a encontrar víctimas) decidió hacer mal su trabajo para así convencer a menores de edad de que tienen que querer comerle el rabo.
En pocas palabras: quemad esta mierda en una pira.