Nada más entrar en cuarentena en España, Francia, Italia y buena parte de EE. UU. Netflix estrenó la miniserie Unorthodox, basada en este libro. Visto que casi nadie tenía nada que hacer en casa, parece que todo el mundo la vio y mi biblioteca debió decidir comprar el libro. Así que a mediados de 2021 me lo encontré y, sin haber visto aún la serie pero con mucho interés, no dudé en leérmelo.
Feldman nació en una secta particularmente estricta del judaísmo ortodoxo, un pequeño grupo del jasidismo llamado Satmar, que nació en Rumanía a principios del siglo XX y después de la Segunda Guerra Mundial pasó a estar basada en Nueva York, principalmente en un par de barrios. Su madre era una judía inglesa que no formada parte de esta secta y su padre era el hijo mayor de una familia Satmar de Europa del Este, que tras sobrevivir al Holocausto se mudó a Brooklyn con el resto de feligreses. El padre de Deborah tenía alguna discapacidad intelectual y cuando ella era pequeña su madre escapó y perdió la custodia de su hija, que creció con sus abuelos paternos siendo la apestada de la familia, la vergüenza viviente de la que todas sus tías querían deshacerse.
Feldman narra su vida de forma que quienes somos ajenos a esta secta (y quienes no hemos crecido en ella lo somos) entendamos su funcionamiento, desde las características que comparten con otras sectas ortodoxas hasta aquellas que los diferencian. También entrelaza lo que sabe de su historia familiar, particularmente sus abuelos, los dos inmigrantes de Europa del Este que escaparon a Nueva York después de la guerra y participaron en la creación de la secta en EE. UU. Es todo tan rebuscado, tan opresivo, no solamente por el aspecto religioso y su manera de asfixiarlo todo, encontrar nuevos pecados cada poco tiempo, volverse más retrógrado de lo que era incluso en la Rumanía de la década de 1900; sino también por la complicada dinámica familiar que ocurre en la familia Feldman. Todas las familias tienen sus disputas, peleas y complicaciones, pero cuando le añades a eso el dinero que se puede ganar con la especulación inmobiliaria, los intentos por presumir de lujo y dinero cuando las normas sobre ropa y pelo son tan estrictas, el problema de que se te valore por tu marido (a quien tú no escoges) y el número de niños que tienes (cosa que tú tampoco escoges). Si a esto se le añade que todas las familias son enormes, el conflicto se multiplica.
Foto de Williamsburg, Brooklyn por William Castellana
Feldman escribió el libro tan solo un año después de pedirle el divorcio a su marido y escapar de la secta, cuando las heridas de más de dos décadas de abuso seguían aún frescas y estaba luchando por conseguir la custodia de su hijo. Y se nota. La historia es «cruda», como dirían en inglés; la autora tiene un poco de distancia porque ya no está completamente bajo el poder de su marido, familia, sociedad y religión; pero tampoco ha tenido tiempo para distanciarse de todo ello y ver sus vivencias desde lejos. La sensación al leerlo es que te están contando la historia al momento, nada más vivirla. Feldman es también completamente honesta, es capaz de amar a su familia y de relatar sin miedo sus fallos, debilidades, ceguera, etc. (en contraste con autobiografías fallidas, como Unfollow de Megan Phelps-Roper o My Friend Anna de Rachel DeLoache Williams).
El único momento que me dejó un poco descolocada fueron un par de capítulos hacia el final, tras su matrimonio, que prácticamente son una lista interminables de abusos sexuales. Entiendo por qué narra todo al mismo tiempo: no sabía lo que era el sexo hasta ese momento, así que es natural que cuando descubre lo que es y puede hablar de ello con las compañeras de su edad y gente fuera de su familia inmediata que comienza a ver y oír hablar de estos abusos (profesores violan a cientos de niños y la comunidad, al enterarse, expulsa al niño que sacó las décadas de violaciones de la luz por ser «impuro» y una amenaza al resto de niños de Primaria, pero permiten que el violador siga en la comunidad y no lo reportan a la Policía; un hombre perfora el estómago de su mujer al violarla salvajemente en su noche de bodas, llena la habitación entera de sangre y esta termina en el hospital, grave; una asistente en los baños públicos para mujeres abusa sexualmente de niñas durante décadas; un padre le corta el pene y el cuello a su hijo, le hace desangrarse hasta morir por pillarse masturbándose y los paramédicos de la comunidad tienen que deshacerse del cuerpo mutilado del niño y no reportan nada a la Policía).
Deborah Feldman en su boda
Lo que me molestó de estos pasajes fue que la autora, aunque echa algo de culpa a los pedófilos, dice que los hombres que violan a sus mujeres o les destrozan el cuerpo son también víctimas porque «no saben que se puede vivir de otra forma». Pero esto es mentira: esos hombres saben perfectamente que se puede vivir de otra forma, y no solo escogen no hacerlo, sino que estos veinteañeros serán en unos años líderes de esta comunidad y seguirán escogiendo activamente que se viva así, que la gente no sepa qué es el sexo, que los pedófilos puedan violar con impunidad, que sus esposas, hijas y nietas terminen en Urgencias, que sus hijos sean degollados por tocarse el pito. Y lo escogen porque les es ventajoso: al tener ellos el monopolio del conocimiento, pueden enseñar a las niñas que no pueden negarse a follar y así pueden violar cuando quieran; al tener el monopolio del dinero, las pocas mujeres que consigan no tener miedo del mundo exterior y sopesen huir no podrán hacerlo. Cuando a los 20 años no tienes el graduado escolar, a veces no hablas bien inglés, la gente «de fuera» te da miedo o incluso ellos no te reciben a brazos abiertos, tienes 3 o 4 hijos y nada de dinero, nunca vas a escapar. No tienes forma de huir con tus hijos, de encontrar trabajo. Vas a pasar los próximos 60 años de vida siendo violada y maltratada, y son tu abuelo, tu padre, tus hermanos y tus hijos quienes lo habrán decidido. Ellos no son las víctimas, son los verdugos.
Dicho esto, el libro me parece inestimable por ser una mirada feroz a una cultura relativamente pequeña y cerrada, actual, increíblemente elocuente e iluminadora. No todo el mundo es capaz de escribir tan bien a la primera, siendo tan joven y habiendo tenido tan pocas oportunidades de expresarse. Es genial por el contenido, pero su franqueza a la hora de contar sus experiencias son algo que muchos otros escritores de autobiografías deberían estudiar.